En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonando endechas, y no habéis llorado’. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos».
Palabra del Señor
Jesús, para censurar a los que no aceptan su Buena Noticia, utiliza una comparación que deja entrever su dura reflexión. La pregunta de Jesús va específicamente a aquellos que no han escuchado al precursor y ahora no quieren prestar oído a su predicación. ¿No dice algo, hoy?
Jesucristo se mostraba cercano a las personas. Jesús conocía a la gente a quienes les predicaba. Los comparaba con los niños que juegan en la plaza, porque sabía que cualquier cosa que él dijera o hiciera, los “hombres de esta generación” no reaccionaban correctamente. Si hablaba con alegría del amor de Dios, le llamaban irresponsable e ilusorio; si les señalaba su pecado y el juicio de Dios, decían que era fatalista. Jesús sabía que la gente tropezaba no sólo con las palabras que él escogía, sino con su propia persona y su invitación a arrepentirse del pecado. No querían cambiar, de modo que lo rechazaban porque les hacía ver su condición de desobediencia e hipocresía.
Jesús lo sabía, pero también sabía que los que recibieran el Evangelio comprobarían la veracidad del mensaje de que sólo aquellos que tienen la sabiduría de Dios lo reconocen. Esta “sabiduría” es el plan de Dios para nuestra salvación, el mensaje del Evangelio que se revela a todo el que lo recibe y que ora para ser incluido.
El problema es que a veces oímos las palabras del Señor, pero no las tomamos en serio, nos quedamos indiferentes como si nada fuera a sucedernos, al menos a nosotros. Es preciso, pues, analizar nuestras actitudes y razonamientos a ver si estamos tomando en serio al Señor: ¿Acaso no desestimamos las verdades del Evangelio porque no coinciden con los valores populares del siglo XXI? ¿Consideramos que cumplimos nuestro deber religioso limitándonos a ir a Misa el domingo? ¿O creemos de verdad el mensaje de que Dios quiere que su pueblo aprenda a amarse, ser solidario y ayudarse mutuamente a poner en práctica los talentos que cada uno tiene para la edificación de todo el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia?
Todos podemos recibir la sabiduría de Dios. No es necesario ser intelectualmente brillante ni sumamente espiritual para conocer a Dios. Lo que necesitamos es ser humildes y admitir que no lo sabemos todo. Presentémonos, pues, diariamente ante el Señor y pidámosle sabiduría y entendimiento. Sólo así podremos conocer la “palabra de vida” (1 Juan 1, 1).
Oremos.
Señor Jesús, líbrame del mal hábito de la indiferencia y úngeme con tu gracia para que no solo escuche yo tu Palabra con atención, sino también la ponga en práctica cabalmente en mi vida. Amén
Fuente:http://www.facebook.com/feenvivo
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